SI DESCARGA POR EL NOROESTE, EL CAPITAN NO SE ACUESTE
El presente artículo es la transcripción íntegra de otro titulado “Defensas Contra Submarinos”, aparecido en la revista Ibérica. El Progreso de las Ciencias y sus Aplicaciones, en su Año II, Tomo II, Vol. IV, Nº 82, edición de 24 de julio de 1915. Todas las fotos del articulo son de la citada revista.
El artículo es muy interesante, pues relata la maniobra de zallado de la red anti torpedo de que disponía el acorazado ESPAÑA. En el momento de escribirse el artículo de referencia, las redes de este tipo estaban en franco desuso, siendo desembarcadas de los buques por su peligrosidad y por su excesivo peso.
Por no añadir nada de lo que ya está escrito, preferimos recomendar para quien este interesado, la web maritime.org, que transcribe el documento Net and Boom Defenses, Ordnance Pamphlet 636A, 1944.
También la web gwpda.org, que hace un resumen muy acertado de estos artilugios, firmado por Phil Russell, y en el libro Warship 1989, un artículo titulado “Ships with Steel Skirts”, muy, muy bueno, firmado por L. Norbury-Williams en el que se dan datos referentes a su utilización por buques mercantes y militares en la 2ª Guerra Mundial.
Estos mazacotes de 200 o 300 toneladas afearon la silueta de los grandes buques de línea, y fueron sustituidos con mucha mayor efectividad por embonos y dispositivos de compartimentación mucho más inteligentes en el logro de su objetivo final. Sobre estos sistemas, en referencia al tipo “Pugliese” italiano, sé que en la revista “The Shipbuilder” hay un vasto estudio, que desafortunadamente no puedo dar cita de fecha ni número, de su aplicación para estudio en un buque mercante, bastante antes de su aplicación a los acorazados italianos.
Veamos el artículo citado de la revista Iberica:
…”Los submarinos y los aeroplanos -dice Sir Percy Scott– han revolucionado, por completo, la guerra naval. Ninguna flota puede sustraerse a la exploración de las aeronaves, ni deja de temer el ataque de los submarinos.
Estas frases oportunas, confirmadas plenamente en la guerra europea, han traído, desde los primeros experimentos aéreos y submarinos, la preocupación del problema de la defensa contra tan temibles enemigos.
Yo no sé de quién es hoy el dominio del mar, ni acierto a concretar la parte importante que acorazados y submarinos toman en la contienda actual.
Veo el mar completamente limpio de buques alemanes de todas clases; los cruceros aliados lo surcan con seguridad en todas direcciones; el comercio es de las naciones aliadas y para las naciones aliadas. Más, he aquí que, cuando esos buques se acercan orgullosos a la metrópoli para rendir cuentas y sacar utilidad del producto de su trabajo, son presa de angustia, y el pánico cunde hasta virar de bordo, poner la popa a la tierra madre, y vagar por ese mar muy suyo, pero, donde una presión velada y fortísima les pone en continuo sobresalto, apartándolos de sus mares propios. Dominan el mar, pero no son dueños de las aguas territoriales.
Llegaríamos, por medio del submarino, tal vez a la completa anulación del buque flotante. Más ¿es esto un hecho real, como enfáticamente anuncia el ilustre escritor inglés en su tan zarandeada carta del «Times»?
Hagamos una observación interesante sobre la manera de actuar los acorazados en la guerra presente.
Aparentemente, ha terminado la guerra tradicional marítima. Los grandes buques no salen ahora a buscar el dominio del mar como las flotas activas desde el Drake hasta Trafalgar, y han venido a constituir aquellas otras flotas in being del almirante Torrington, fuerza en estado potencial para actuar en el momento preciso, pero, de la cual es imposible prescindir sin enorme quebranto para los beligerantes.
De donde, no estriba el principal poder de los submarinos alemanes en el mismo submarino, con ser éste muy grande, sino en la necesidad que tiene su rival, la señora del mar, de mantener una escuadra, como fleet in being, para tener continuamente vencida la flota acorazada enemiga.
Planteado el problema militar en estos términos, es decir, entre una flota inglesa muy superior y una alemana obligada a mantenerse a la defensiva, la especialísima situación creada a ambas compone el statu quo naval. Cualquier esfuerzo para reducir esos submarinos, pudiera ocasionar un importante quebranto a Inglaterra que le haga perder la supremacía. Y entonces veríamos, como por encanto, surgir la acción del acorazado en la lucha tradicional, riñéndose batallas de escuadra y choques tan violentos cuales los de Trafalgar y Tsushima.
Así es que, la situación actual, imponiendo la conservación de la flota en los puertos, obliga a considerar la cuestión importantísima del modo de defenderla y organizar vigilancia y barreras contra la audacia de las pequeñas naves, y muy especialmente, los submarinos.
El inteligente capitán de artillería don Francisco A. Cienfuegos, en las conferencias sobre «Mahón base naval avanzada», hace la declaración siguiente, que expone mi modo de pensar sobre la eficacia del tiro contra submarinos, que con tanto afán ejercitan los artilleros ingleses: «Es muy sensible tener que confesar que, para contrarrestar la acción de un enemigo de tal naturaleza (se refiere a los submarinos de gran desplazamiento) no se dispone, en el armamento permanente de la defensa, de medio alguno eficaz. Su poca visibilidad cuando marcha por la superficie del agua y su invisibilidad absoluta cuando está sumergido, lo hacen invulnerable al tiro de cañón y torpedo: respecto a las minas, bastará citar el caso del submarino inglés pasando a través de campos de minas de los Dardanelos, para que tampoco pongamos en ellas grandes esperanzas».
Cuando aparecieron en escena los primeros aeroplanos, hicieron experiencias en Inglaterra para aplicar la visualidad de altura al descubrimiento de los fondos en las bahías poco hondables; y, dicen algunos periódicos, más o menos serios, que un aeroplano italiano llegó a descubrir los restos de la fragata americana «Filadelfía», náufraga que se encontraba a 30 metros de profundidad.
Estas experiencias sirvieron para señalar a las aeronaves como naturales enemigas de los submarinos. La visualidad en altura es más perfecta; de donde, remedando al águila altanera que acecha su presa, podría, el aeronauta, seguir las fluctuaciones del submarino, si no se opusieran a ello muy serios inconvenientes. El estado del tiempo y de la mar, la noche, la dificultad de encontrar un punto en la inmensidad del mar y la gran movilidad de las aeronaves que no pueden detener su marcha, son más que motivos para que la defensa no esté tranquila si no tiene otros medios que impidan la agresión.
En mi opinión, los únicos procedimientos defensivos que han dado, hasta ahora, resultado en la guerra actual, son, la exploración por medio de buques muy rápidos y de difícil blanco torpedista, y la colocación de redes submarinas que impidan la maniobra al sumergible, bien cerrando los puertos o produciendo, con su invisibilidad, la pesca del buque. Así dicen los ingleses que han apresado uno de los submarinos alemanes que tanto daño hacen en el mar del Norte.
La exploración con buques rápidos está fundada en las malas condiciones de marcha y evolutivas del submarino. El barco explorador, además de tener poco calado, ha de ser muy ligero y estar en continuo movimiento. Por esta razón sólo cruzan hoy el canal de la Mancha cazatorpederos del último modelo a gran marcha y cambiando continuamente de dirección, llevando gente de buena vista marinera y la artillería de 75 mm preparada para llover proyectiles sobre el primer periscopio que descubran. De esta manera, está hoy casi asegurada la navegación Folkestone-Boulogne, que es la vía frecuentada para las comunicaciones entre Inglaterra y el continente.
La red que usan los ingleses en el resto del mar del Norte, es un verdadero arte de pesca y arrastre conducido por vapores pesqueros. Los tramos de red metálica tienen más de un kilómetro, soportados por boyarines y remolcados por vapores de gran potencia de máquina y poco calado. Esas redes invisibles al submarino a causa de que no las recogen los periscopios, caen sobre el casco, lo envuelven, lo incapacitan para gobernar y lo desarman como si fuera una enorme ballena.
Pero, lo importante a los marinos de la fleet in being, caso que puede ocurrirnos, es sustraer los barcos, en puerto, a los ataques de los submarinos. Para esto no hay más que las redes protectoras y las barreras que, a modo de enormes puertas, cierran el espacio entre malecones por donde pueda entrar el submarino y destruir a mansalva a la flota acorazada que tranquila descansa y aguarda el momento para actuar.
La solución de este problema, es hoy facilismo para los alemanes. Encerrados sus acorazados en el canal «Emperador Guillermo», entre Kiel y Wilhemshaven, basta la misma estructura del canal para defenderlos; pero si tuviesen el más leve temor de asalto, podrían encerrarlos entre compuertas como se guardan los peces en un estero. Allí, pueden estar los barcos con las calderas apagadas, sus máquinas engrasadas o en estado de conservación. Y, además del coste muy reducido, se mantiene el material en eficiencia, sin la tensión nerviosa de las distancias, el mayor quebranto de una escuadra que aguarda a cada momento el golpe traidor.
Pero la escuadra inglesa, encerrada, por necesidad estratégica, en el Firth the Fort, o en Cromarty Firth, recientes bases navales sobre amplias bahías, capacitadas para albergar Dreadnoughts cuando no se tenía la evidencia del ataque submarino, tiene un problema militar muy distinto.
Yo supongo que esas bases navales permitirán que los barcos estén encerrados entre malecones, y que estos malecones, como los de Gibraltar, tendrán grandes compuertas de empalizada que cerrarán el paso, hasta una profundidad de seis a ocho metros, o redes protectoras, como la bahía de Pola, propias para entorpecer la maniobra de los submarinos y capturarlos como capturaron los austríacos al francés «CURIE», pero, las condiciones del puerto no pueden permitir que estén las calderas apagadas; y a pesar de las barreras que haya en primera línea, no sólo estarán listas para funcionar máquinas y artillería contratorpedera, sino, cada barco tendrá tomadas las precauciones elementales defensivas contra torpedos.
La base naval Gibraltar, que tuve ocasión de visitar en el período de guerra y continua vigilancia en que se halla, demuestra hasta qué extremo se toman precauciones contra los submarinos. La vigilancia exterior está encomendada a pequeños torpederos, organizados con método para vigilar, reparar y estar a la expectativa de ataque. Los submarinos de la defensa local, que hemos convenido en llamar submarinos defensivos, son de la clase E y se albergan en un puertecito exprofeso abierto fuera de malecones, donde, además de perder visualidad por el color con que pintan los cascos, están de ordinario en posición de inmergir; es decir, perdida la flotabilidad y en condiciones de actuar los timones para desaparecer, una vez en movimiento, a los tres minutos de recibir la orden de su inmersión. Cierran los malecones, que tienen artillería antitorpedera en sus torreones, unas fuertes empalizadas de tablones y cadenas que se afirman por la noche, y funcionan los magníficos proyectores costeros de 1’50 metros proyectando un haz divergente para abarcar mayor zona de vigilancia, toda ella minada con los recursos de la defensa fija que aquí llamamos Estación Torpedista.
Con esto, los cuidados individuales de cada barco y la difusión de los vigías y aparatos de señales, se logra, hasta ahora, sostener inmune la flota acorazada. ¿Serán suficientes estas medidas profilácticas? El tiempo dirá: porque predecir, en cuestión tan grave, es de suma dificultad, ya que desde el momento en que haya el menor descuido y el ataque pueda forzar una defensa, por cualquier causa que hoy escape al cuidado de los tácticos, se pierde absolutamente todo lo hecho y desaparecen las garantías de tranquilidad. Un submarino, dentro de un puerto militar, lleno de barcos, puede causar la más grande de las catástrofes.
Vi, hace poco tiempo, que un periódico tan serio como «La Nature» describía las defensas individuales contra torpedos como una gran novedad de la época y como el medio empleado para combatir submarinos.
Y, como en España estamos tan poco acostumbrados a tratar, en detalle, las cuestiones de marina, me temo que algunos lectores puedan creer en esa afirmación y nos juzgue en atraso con respecto a los extraños.
Cuando nuestro acorazado «PELAYO» se construyó, estaban en uso unas redes, fabricadas por el metalúrgico francés Mr. Boulivant, que tenían por objeto impedir que el torpedo automóvil alcanzase el casco del buque, deteniéndolo entre sus mallas. Es claro que siendo éste el torpedo que generalmente dispara el submarino, la red es un medio de defensa individual contra ellos.
El «PELAYO» llevó mucho tiempo estas redes, que también se proyectaron para los cruceros del tipo «INFANTA MARIA TERESA»; pero, las experiencias de las maniobras navales y la guerra entre China y Japón, pusieron en duda su eficacia; y como era preciso sobrecargar los barcos con un peso dudoso, decidieron, nuestros centros técnicos, suprimir las redes, que se desembarcaron del «PELAYO» y no se embarcaron en los cruceros acorazados.
Mas, la guerra entre Rusia y el Japón, y, singularmente, la admirable defensa del acorazado «SEBASTOPOL» en la boca de Port-Arthur, probó que las redes podían ser muy útiles si se las instalaba en condiciones adecuadas, y todos los buques modernos, incluso los tres últimos acorazados españoles, van provistos de ellas y las ejercitan con frecuencia y habilidad.
Para que los lectores se hagan cargo de la disposición de maniobra, damos un esquema de la cubierta del «ESPAÑA», con la red colocada en el costado de estribor y recogida en el de babor, un corte de la zona que protege la red, y varias fotografías con las operaciones necesarias para zallarla hasta dejarla completamente en posición de combate.
Conforme se ve en el esquema, la red ocupa casi toda la extensión del barco, del que está separada por botalones o perchas de diez metros de longitud. Cae vertical hasta una profundidad de ocho metros, que es lo suficiente para cubrir la total extensión de los fondos, y su maniobra se ejecuta por medio de los tornos eléctricos que tiene la cubierta del acorazado, para los diversos usos y faenas marineras.
La operación de zallar y aferrar la red es una maniobra atrayente que se ejecuta con pasmosa celeridad. Primero se distribuyen los hombres por el costado para zafar los tomadores de cadena que la sostienen liada y con los botalones abatidos, luego, se larga la red y, maniobrando los motores giran los botalones hasta colocarla en la posición de combate.
Queda así una cortina de fuerte malla de acero, que, conteniendo la marcha del torpedo automóvil, no le permite chotar con el barco y producir la explosión en contacto con las planchas del fondo. Pudiera ocurrir que el torpedo moderno, animado de 33 millas y con una fuerza de máquina de 500 caballos, alcance la red con tal fuerza viva que permita la rotura del disco del percusor y active el detonante. En este caso se producirá la explosión de la carga, pero, sus efectos, sobre el barco, estarán amortiguados por la distancia de explosión, siendo muy probable que éstos, a diez metros de distancia, se reduzcan a ligeras averías de fácil remedio.
El barco puede navegar con la red colocada, siempre que la velocidad sea moderada, pero, su principal función es la de protegerlo en el fondeadero; y es de creer que los acorazados ingleses se mantengan en las condiciones de la fotografía que publicamos del acorazado «ESPAÑA», esperando el momento de la lucha, momento que puede apremiar la gran carnicería que hacen en sus filas los submarinos”…
Firma el artículo Juan Cervera y Valderrama. Capitán de Corbeta. Profesor de Defensas Submarinas de la Escuela de Aplicación.
En San Fernando (Cádiz) en junio de 1915.
Agradeceríamos la colaboración de los lectores para ampliar la información.