LA TRAGEDIA DEL VAPOR VILLARREAL

SI LA MAR FUERA VINO, TODO EL MUNDO SERIA MARINO

Colaboración del Sr. Manuel Rodríguez Aguilar.
Copyright del Sr. Manuel Rodríguez Aguilar.

A mediados del siglo XIX, el capitán valenciano Juan José Sister se encontraba al mando del queche FARAON, de 128 toneladas de Registro Bruto. Con su pequeña embarcación “el atrevimiento de este joven capitán” le hacía desplazarse navegando hasta la lejana costa canadiense, para traer a España cargamentos de pescado desde Terranova, viajes que se encuadraban en “un proyecto formado por algunas casas de este comercio para traer bacalao y formar una competencia que no puede dejar de ser favorable al consumidor”. En el año 1855 se convirtió en armador al adquirir la goleta VALENCIA, de 171 toneladas de Registro Bruto, construida en Valencia y matriculada en la misma ciudad. Con su primer velero continuaron los viajes trasatlánticos hacia puertos norteamericanos, que compaginaba con el cabotaje por puertos nacionales. Desde su entrada en servicio el velero se encontraba bajo el mando del capitán José Francisco Adám.

El derrelicto del vapor VILLARREAL. Foto de La Ilustracio Catalana. Edición de 22 de marzo de 1908.jpg
El derrelicto del vapor VILLARREAL. Foto de La Ilustracio Catalana. Edición de 22 de marzo de 1908.jpg

En la década de los años sesenta, Juan José Sister decidió incrementar su capacidad de transporte con el encargo de un vapor al astillero británico H. Murray & Co., de Port Glasgow. Se trataba de un buque con casco de hierro y una cubierta, de 439 toneladas de Registro Bruto, 258 toneladas de Registro Neto y alrededor de 800 toneladas de Peso Muerto. Sus principales dimensiones eran: 51,82 metros de eslora, 7,46 metros de manga y 3,96 metros de puntal. El equipo propulsor estaba compuesto por una caldera de carbón y una máquina alternativa de doble expansión que desarrollaba 65 NHP. Toda la maquinaria la había construido el especialista J. Howden & Co., de Glasgow. El naviero valenciano recibió su nuevo vapor, bautizado VILLARREAL, en el mes de septiembre de 1868, por el que pagó 240.000 pesetas.

Grabados de la tragedia. Revista La Esquella de la Torratxa. Edición 27 de marzo de 1908. Numero 1526.png
Grabados de la tragedia. Revista La Esquella de la Torratxa. Edición 27 de marzo de 1908. Numero 1526.png

Su propietario destinó al vapor VILLARREAL a los viajes de altura (a Londres y escalas gallegas, con fruta, y también a puestos del Báltico, a por bacalao) y al tráfico de cabotaje por puertos españoles y franceses del Mediterráneo. A su mando se turnaron en esos años varios capitanes: Adám, París, Miguel y Giménez. Navegando cerca del Estrecho de Gibraltar, el VILLARREAL colisionó en el mes de abril de 1879 con la fragata italiana RICCARDO A. PUCCIO, de 567 toneladas de Registro Bruto que, a pesar de su mayor porte, acabó en el fondo del mar. El vapor español “sufrió importantes averías en la roda y planchas de proa” y tuvo que pasar una temporada reparando. En el juicio por abordaje, el eminente abogado y político Cristino Martos defendió al capitán y la naviera “agradecida, puso su nombre al primer barco que adquirió cinco años después”. Se da la coincidencia de que el vapor MARTOS naufragaría en el verano de 1910 muy cerca de donde colisionaron el VILLARREAL y el RICCARDO A. PUCCIO y también se debió a un abordaje, en este caso con el vapor alemán ELSA. En el accidente se produjo una gran pérdida de vidas humanas.

Los restos del naufragio. Foto de La Ilustració Catalana. Edición de 22 de marzo de 1908.jpg
Los restos del naufragio. Foto de La Ilustració Catalana. Edición de 22 de marzo de 1908.jpg

A finales de 1884 se creó la Compañía Valenciana de Navegación “formada por respetables casas de comercio” de la capital levantina, incorporándose el vapor VILLARREAL a su flota. En el mes de abril de 1887 el VILLARREAL sufrió un grave accidente en el Grao de Valencia al estallar su caldera “causando la explosión bastantes desperfectos en el buque y lanzando a gran trecho las obras del puente y parte de la cubierta”. En los años siguientes, la incorporación de nuevos vapores más grandes y modernos (SAGUNTO, GRAO, ALCIRA, JATIVA y MARTOS) hizo que en 1893 la naviera valenciana se decidiera a vender su primer buque a vapor a Vicente Catalá Sister, sobrino de Juan José Sister, por la suma de 25.000 pesetas. Con muchos años a cuestas su nuevo armador lo dedicó al cabotaje nacional, principalmente por puertos del Mediterráneo. En la última década del siglo XIX pasó varios periodos al mando del vapor VILLARREAL el capitán José Miguel Segarra, que fallecería en el naufragio del vapor MARIANO BENLLIURE en el mes de diciembre de 1915.
Durante los primeros años del nuevo siglo se alternaron al mando de nuestro protagonista los capitanes Miranda, Cano y Ballester. En 1908, el vapor VILLARREAL tenía cuarenta años de vida y según todos los comentarios “se encontraba en muy mal estado y navegaba con gran dificultad”. El 14 de marzo partió el veterano vapor de Torrevieja con un cargamento de 400 toneladas de sal (200 en grano y otras tantas molidas) para el puerto de Sant Feliu de Guixols. A bordo viajaban catorce personas: trece tripulantes y un pasajero, cuyo nombre era Juan Mulet, que había entregado en Torrevieja el mando de capitán a Vicente Soria (que lo hacía de forma interina), hasta ese momento primer oficial. En toda la zona el tiempo era pésimo, soportando en su ruta un violento temporal. El domingo 15 por la tarde llegó a las inmediaciones del puerto de Valencia, sin poder acceder para tomar carbón porque se encontraba cerrado. En esas circunstancias, el capitán decidió que lo mejor era capear el temporal. En plena madrugada, mientras el vapor luchaba con un mar embravecido, la castigada máquina del VILLARREAL dijo basta después de romperse el pistón de alta. Sin gobierno, el vapor empezó a ser arrojado contra la costa, provocando el pánico entre unos angustiados tripulantes.

Vapor VILLARREAL en Gandia. Ca. 1900. Del libro Historia del Port de Gandia..jpg
Vapor VILLARREAL en Gandia. Ca. 1900. Del libro Historia del Port de Gandia..jpg

La lucha contra un oleaje embravecido continuaba sin cuartel. El capitán ordenó fondear ambas anclas en una zona denominada Gola del Cavall, que empezaron a garrear desde los primeros momentos y acabaron faltando. En pocos minutos se vio que no había nada que hacer, embarrancando el vapor a unos doscientos metros de la orilla de la playa de Nazaret, en un arrecife conocido por la gente de mar como Forsa de L’Antina. Eran las seis de la mañana. Pero el buque no dejaría de ser castigado y arrastrado por un oleaje impetuoso y los numerosos golpes contra el fondo abrieron varias vías de agua por donde empezó a entrar el agua. Enseguida hicieron sonar la sirena, se lanzaron cohetes y efectuaron señales con unos faroles con cristales rojos, medidas que no sirvieron de nada porque nadie los pudo oír o ver. La fuerza de la mar seguía empujando al VILLARREAL hacia la playa de Pinedo, ocasión que los tripulantes aprovecharon para arriar los botes salvavidas. En uno de los botes embarcaron cinco tripulantes que, a pesar de la violencia del oleaje, pudieron alcanzar la playa, casi todos los hombres heridos. Por el contrario, el otro bote tomó dirección contraria y zozobró, ahogándose sus cuatro ocupantes.

El VILLARREAL en Gandia. Ca. 1900. Foto del libro Historia del Port de Gandia.jpg
El VILLARREAL en Gandia. Ca. 1900. Foto del libro Historia del Port de Gandia.jpg

En la Comandancia de Marina de Valencia tuvieron conocimiento del desastre por conducto de los carabineros de servicio en la playa de Pinedo. Inmediatamente se dirigieron hacía el lugar indicado el segundo Comandante de Marina, junto con personal de la Sociedad de Salvamento de Náufragos, y un carro cargado de material de salvamento. No obstante, hasta las diez y media de la mañana no pudieron acceder ala lugar. La razón era que no les había quedado más remedio que viajar por tierra, puesto que por mar era imposible. Al llegar a la zona del desastre el vapor se encontraba frente al poblado de Pineda, en un lugar conocido como la “Cruz de Couca”, a unos 120 metros de la orilla, hundido de proa, con la proa al Norte y escorado a babor. El escampavía SAN MATEO, que partió del puerto de Valencia, tuvo que regresar nada más salir por el mal tiempo. Poco a poco se fueron congregando en la playa vecinos de los poblados de Pinedo, el Cabañal y de la huerta de Ruzafa, impresionados y llenos de espanto por la escena que estaban presenciando.
Varias personas se encontraban aferradas a los hierros en la parte de cubierta que era visible y “en el colmo de la desesperación pedían socorro”. Se realizaron numerosos intentos de lanzamientos de cabos con cohetes, pero todos resultaron fallidos, incrementando la desesperación de los sufridos tripulantes. Una ola impresionante abatió uno de los palos del buque que arrolló en su caída a varios de los hombres, arrojándolos al agua. Mientras se realizaba otro intento de lanzamiento de un cabo, un fuerte golpe de mar partió el buque en dos, a la altura del puente. La proa se hundió con extraordinaria rapidez levantando una montaña de agua y espuma blanca. Ese desplazamiento de agua provocó un torbellino que se llevó por delante al resto de hombres que permanecían sobre la cubierta. En un instante todos desaparecieron a ojos vista de las personas que trabajaban en el salvamento y de una multitud de curiosos. A pesar de los esfuerzos de los salvadores “son unánimes las censuras por las deficiencias notadas en el salvamento”. En esos momentos, una sección de la Cruz Roja también se encontraba en la playa para prestar los primeros auxilios a los heridos.
El aspecto de la playa después de la catástrofe era desolador. Sobre la arena había uno de los botes salvavidas, maderas, barriles, ropas, colchonetas, una bandolina; en definitiva, un montón de despojos que ocupaban casi doscientos metros de playa. Los cuerpos de cuatro tripulantes yacían tendidos “conservando la posición violenta que tomaron en las convulsiones de la agonía”. Varias personas se encargaban de proteger de los curiosos los cadáveres de los infortunados marinos. Los heridos, dos de ellos de gravedad, fueron trasladados a la Casa de Socorro del distrito de Ruzafa. Muchas de las personas que se dieron cita en la playa lloraban y en todos sus rostros “se veía la profunda impresión que había causado la magnitud de la catástrofe”.
Después de todo fueron seis los supervivientes en el naufragio del VILLARREAL: Primer Oficial: Agustín Galiana López, Fogoneros: Manuel Montoro Aragó y Antonio Polit Cuesta, Maquinista: Alberto David Roca, Marinero: Salvador Reniales Blas y Contramaestre: Antonio Bas Cardona. El maquinista José Dómine no embarcó y viajaba en ferrocarril “en vez de ir a bordo del VILLARREAL cuando éste hacía algún viaje, porque conocía las deficiencias del buque”. La mar fue arrojando varios cuerpos desde los primeros momentos y así continuaría en los días siguientes. Los ocho fallecidos o desaparecidos en el accidente eran los siguientes: Mayordomo: Saturnino Dómine Dasi, Pasajero (anterior Capitán): Juan Mulet Orts, Primer Oficial (Capitán interino): Vicente Soria Orts, Pinche de cocina: Diego Soria Orts, Marineros: Francisco Cardona, José Bernat y Miguel de la Asunción y Calderetero: Vicente Juan Herrero. Todos los cadáveres recuperados fueron trasladados en ataúdes al depósito judicial para su autopsia, comprobando los médicos que “unos murieron ahogados y otros de los golpes de los maderos”. Al día siguiente de la tragedia sólo se divisaba sobre el mar un palo muy inclinado.
Según algunos comentarios “el vapor VILLARREAL era un barco innavegable, y su naufragio estaba descontado hace ya mucho tiempo por los marinos que lo conocían”. Incluso meses atrás los inspectores de la Comandancia Militar de Valencia habían prohibido navegar al vapor “sin previa presentación del certificado pericial”. No obstante, dos meses antes, en un viaje anterior, el vapor VILLARREAL fue reconocido por inspectores franceses del Lloyd’s en el puerto de Sète. El cónsul de España en esa ciudad estuvo presente en la visita. El resultado fue favorable, encontrándole en condiciones de navegar. A pesar de todo, las críticas hacia un vapor tan viejo eran continuas: “el vapor VILLARREAL, que todos conocemos, era una masa informe de hierro que solamente podía navegar en albercas o en alguna ría de escasa corriente, pues su fuerza de máquinas apenas podía vencer las pequeñas y naturales corrientes de mar, cuando eran de proa”. Algunos periódicos de la época denunciaban en sus editoriales irregularidades, con el vapor VILLARREAL en el punto de mira: “El que haya naufragado un barco no tiene nada de particular, pero si que lo tienen que naveguen buques que son una ruina, que constituyen una probabilidad de muerte para sus tripulantes y pasajeros”.

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