EL CAPITAN VERDADERO, EMBARCA EL PRIMERO Y DESEMBARCA EL POSTRERO
Marino, aventurero, revolucionario y benefactor … Ramon Lagier Pomares (Alicante 1821 – Elche 1897).
Con este preambulo, el Sr. Joaquin Santo, inicia el relato de la vida, atormentada e increible, del Capitan de la Marina Mercante D. Ramon Lagier Pomares.
Fue uno de los primeros capitanes de vapores de nuestro pais. Mando el HAMBURGO, buque de la Compañía de Navegación Hispano Alemana, permitiendonos humildemente la corrección del texto, y, tambien fue Capitan de la Compañía Trasatlantica, mandando, creo, el ALICANTE.
Valiente, atrevido y temerario, lucho, a su manera, contra los grandes males que afectaban –y afectan- a nuestro pais; los especuladores, la casta militar y el prepotente estamento eclesiastico. Nada ha cambiado.
Su vida personal estuvo atormentada por las tragedias familiares, como ahora nos narrara el Sr. Joaquin Santo, y su consuelo vino de la lectura, y en especial de los libros de ocultismo, de los que abarrotaba sus bodegas y repartia en la España oscurantista. Preferia leer El Quijote que ver las paradas navales reales, y, en el mar de aventuras de su vida, sirvio los intereses del General Prim, acompañandole en sus aventuras. Veamos la narración, resumida, de su vida: …”Forma parte el capitán Lagier de esa pléyade de personajes hoy en día desconocidos que alcanzaron fama en su tiempo para dormir luego el sueño del olvido pero mereciendo que su trayectoria se recuerde y perpetúe en obras como la presente, más teniendo en cuenta las labores humanitarias que desempeñó, unas veces por propia iniciativa y otras por encargo de otros, inmerso en una vida plena de aventuras y desgracias propias de cualquier novela.
Quien esto escribe también lo incluyó en su serie de personalidades alicantinas que injustamente pasaron al anonimato y que fuera publicada desde hace más de tres décadas en los domingos del diario ‘INFORMACION‘. Precisamente fue Ramón Lagier el que iniciara esta colección el 29 de octubre de 1978.
Ya entonces descubrí la fecha exacta de su nacimiento pues, al existir una carencia grande de bibliografía, ciñéndonos fundamentalmente al libro del erudito ilicitano Pedro Ibarra Ruiz titulado ‘R. Lagier. Apuntes para Ilustrar la Biografia del bravo Capitan del BUENAVENTURA’, figuraban datos contradictorios tanto en el día como en el año. Se da la circunstancia de que él mismo, en artículo publicado en ‘La Irradiación‘ en 1894 manifiesta tener setenta y cinco años; y en carta dirigida al director del periódico ‘La Justicia’ un año después, afirma «yo vine a este mundo el año 20».
También ha habido textos en los que se ha considerado a este personaje originario de Elche, ciudad con la que sí estuvo muy vinculado, cayendo en este error el mismísimo Benito Pérez Galdós cuando lo hace protagonista destacado en unos de sus Episodios Nacionales, tema del que hablaremos más adelante.
En fin, consultada la partida de bautismo en el Archivo Parroquial de la alicantina concatedral de San Nicolás de Bari, podemos certificar que «a la 1,30 de la madrugada del 12 de marzo de 1821 fue alumbrado un niño que, al recibir las aguas del bautismo de manos del cura Miguel Lugar, tomó los nombres de Ramón Eulogio Bonaventura, siendo sus apellidos Lagier Pomares Calpena Sánchez«.
Curiosamente sería el barco ‘BUENAVENTURA‘ quien más fama le daría en su vida como marino.
Vino al mundo en el número cuatro de la calle de la Princesa, rotulada desde 1910 como de Rafael Altamira, justo entre las actuales Rambla de Méndez Núñez y calle de Alberola Romero. En la fachada de su casa lució tiempo una placa que recordaba tal circunstancia; casualmente, en esa misma finca nacería dos décadas después el abogado y ministro de la I República Eleuterio Maisonnave con quien mantuvo Lagier relación personal y política, teniendo ambos un apellido de origen francés. Era su padre, llamado igualmente Ramón, un acaudalado comerciante capitalino educado en Inglaterra, y su madre, de nombre Teresa, hija de acomodados labradores de la partida ilicitana de Valverde.
Cuando solamente contaba dos años de edad, concluía en España ese fugaz respiro progresista que se llamó el Trienio Liberal y los huesos de su padre, Ramón Lagier Calpena fueron a parar a los calabozos del castillo de San Fernando con otros muchos enemigos del absolutismo de Fernando VII. Aquello se convirtió en la primera dura vivencia de nuestro personaje que iba allí a visitarlo y con el tiempo abrazaría los mismos ideales de su progenitor que consiguió fugarse de su prisión, huir en una embarcación holandesa que naufragaría y sin embargo sobrevivir exiliado en Londres.
Tal circunstancia obligó poco después a su madre a marchar con su familia a Elche donde pasó la infancia. Enamorado de ese mar por el que había conseguido su padre la libertad, cursó estudios de Náutica en Alicante y con sólo catorce años embarcó en el pailebote ‘SAN JOSE‘ que se vino a pique en la Nochebuena de 1836. Dos años más tarde consiguió el título de tercer piloto y en los albores de 1840, sin haber cumplido aún los 19 años, ya capitaneó su primer barco, el laúd de nombre ‘LA ESPERANZA‘ al que siguieron otros que le fueron granjeando fama de hábil y capacitado navegante.
En 1854 sufrió Alicante una de sus terribles epidemias de cólera, tristemente famosa ésta por diezmar a la población, muriendo hasta el propio gobernador civil Trino González de Quijano cuya labor humanitaria alcanzó una repercusión nacional, erigiéndosele un monumental panteón que hoy perdura, como es bien sabido, junto a la plaza de toros. En 47 días de agosto y septiembre fallecieron 1.864 personas sobre una población de 10.000, parte de la cual había huido al campo. Una de aquellas víctimas sería la mujer de Lagier el cual también perdió a sus suegros, cuñados y sobrinos.
Como pasara buena parte de su vida embarcado, tuvo que hacerse cargo de sus cuatro hijos. Dolorosamente impactado por la viudedad y la desaparición de toda su familia política, marchó a Roma. Allí recibió la noticia de su nombramiento como capitán del ‘HAMBURGO’, el primer vapor mercante con el que contó España y con el que sufriera un grave percance al abordar, a la salida de Southhampton, a una fragata holandesa que quedó partida en dos y de la que salvó milagrosamente la vida toda la tripulación. Ello ocurriría también en otra Nochebuena, la de 1856.
Convertido en uno de los más reputados marinos mercantes de España, lo contrató la potente compañía de Antonio López y López, marqués de Comillas, que le permitió realizar trayectos entre Alicante y Marsella, ciudad ésta en la que pasaba tres días libres lo que le animó a trasladar allí a sus cuatro hijos para poder estar el mayor tiempo posible con ellos. Quedaron al cuidado de Emmanuel Olivieri, consignatario de la naviera antes citada en aquel puerto francés, hombre célibe de reconocida honorabilidad vinculado a la Compañía de Jesús y banquero de todas las instituciones religiosas marsellesas.
Su valor ilimitado unido a su talante generoso y heroico, hicieron posible el que en 1859 el gobierno francés le concediera, por sus actos de salvamento y servicios a la humanidad, una medalla de plata con la efigie del emperador Napoleón III y la siguiente dedicatoria: «A Raymond Lagier, capitán de navío español de ALICANTE. Servicios a la marina mercante francesa 1859″. En el diploma que se le acompañaba se hacía constar que la concesión se hacía por el socorro prestado al navío francés ‘VICTOR HENRIETTE’ el 4 de diciembre de ese precitado año.
Con posterioridad también se le recompensaría por los actos de heroísmo y abnegación mostrados en el salvamento de la tripulación y viajeros del bergantín ‘SALVADOR’ y el vapor ‘MARSELLA’, siendo igualmente distinguido por el rey Guillermo I de Prusia.
Pero volvamos a la vida cotidiana del capitán Lagier que aún se vería sacudida por terribles acontecimientos del que fueron dolorosas víctimas tres de sus descendientes. En efecto, su hijo Vicente fallecería a los doce años en la buhardilla de ‘le petit seminaire’ jesuita de Marsella, en extrañas circunstancias, sin médico que quisiera certificar las causas de la defunción y con evidencias claras de haber sido sodomizado. De otro lado, sus dos hijas, Teresa y Esperanza, cayeron víctimas de los abusos sexuales de Olivieri que, haciendo pública gala de virtudes cristianas, escondía un carácter depravado y libidinoso que descargó sobre las chicas que sufrieron tal trauma que las llevó a la tumba. Ello ocurriría en 1861 y estas horribles circunstancias generaron en Ramón Lagier un lógico y profundo anticlericalismo, sobre todo contra los jesuitas.
El escándalo propiciado por estos hechos tuvo su repercusión en toda Europa; pero finalmente las influencias del todopoderoso Olivieri y de la propia Compañía de Jesús, hicieron que no se declarase ningún culpable de pederastia o violación y que se llegara a tildar a Lagier de loco y a sus hijas de llevar una vida licenciosa, perdiendo en los pleitos muchísimo dinero en abogados y sufriendo campañas de desprestigio.
Tal desesperación le llevaba a deambular sin rumbo fijo por Marsella en busca de «un socorro que no venía» hasta que un día observó en el escaparate de una librería de la calle Saint Ferreol una obra que se acababa de recibir y cuyo título le llamó la atención: ‘El Libro de los Espiritus‘ del que era su autor Allan Kardec. Su lectura le embelesó de tal manera que el espiritismo fue su tabla de salvación que le hizo, a través de su práctica, mantener su fe en Dios y «la comunicación con sus queridos parientes». Llegó a decir: «El espiritimo es el derrotero más seguro para llegar al puerto de salvación en el viaje de esta vida, rodeada de escollos y tormentas que nadie ha experimentado más que este humilde».
Volvió Lagier en 1863 a capitanear un barco, en esta ocasión un vapor llamado ‘LE MONARCH’ (El Monarca) con el que, paradójicamente, iniciaría sus intrigas antimonárquicas. En sus bodegas escondía a revolucionarios y traía las obras espiritistas de Kardec, que luego difundía por Barcelona discretamente, al estar prohibidas.
Fue ganando tal fama en los ambientes progresistas que Emilio Castelar, más adelante presidente de la I República, le solicitó ayuda económica al haberle impuesto el Gobierno de Isabel II 47 sanciones por un artículo titulado ‘El Rasgo’ que atacaba una actitud de la reina y que había publicado en su periódico ‘La Democracia‘ en abril de 1865, costándole además la pérdida de su cátedra de Historia de España en la Universidad Central, lo que desencadenó una revuelta estudiantil. Castelar, muy vinculado con Elda, llamó a Lagier «paisano mío, antiguo amigo de mi casa».
Abortada por O´Donnell la insurrección de 1866 comandada por Prim, Pierrard y Contreras, escribió Lagier al primero de ellos, exiliado en Londres, ofreciéndole su viejo vapor para lo que dispusiera. El conde de Reus le contestó diciéndole textualmente «es usted mi hombre». Desde entonces mantendrían una férrea amistad. Enseguida le encomendó el general Prim una valiosa misión, la de salvar al comandante Benito Ferré, condenado a muerte y oculto en el campo de Tarragona, cumpliendo su tarea con eficaz presteza.
Pero ‘El Monarca’ era ya una embarcación vetusta y lenta que pudo cambiar Lagier, tras convencer a los armadores Butler, por otro barco de mayores prestaciones, el ‘BUENAVENTURA’, anteriormente llamado ‘HARRIER‘ y protagonista, como buque de guerra, de la revolución garibaldina. Con él marchó rumbo al puerto canario de La Orotava para liberar al deportado general Serrano que trasladó hasta Cádiz justo el mismo 18 de septiembre de 1868, cuando Prim se acababa de levantar en armas. Triunfante la ‘Revolución Gloriosa’ que llevó a la reina Isabel II camino de un exilio definitivo, se dirigió Lagier a Lisboa para recoger a doce militares adictos así como a Madeira para rescatar también audazmente a ciento once oficiales deportados en aquella isla.
Como ya apuntamos anteriormente, las hazañas de Lagier figuran descritas por Galdós en ‘La de los tristes destinos’, último de los Episodios Nacionales de la cuarta serie, tras ‘Prim‘, donde narra las vicisitudes de la Revolución de 1868.
Ese año publicó en Marsella su libro autobiográfico ‘Algun Miedo Tuve’ donde también incluye reflexiones políticas y filosóficas, llegando su fama a tal nivel, que le obligó a viajar por diferentes capitales como Madrid, Barcelona o Sevilla para impartir conferencias.
La enorme amistad con Prim le hizo hasta desistir de criticarle la determinación de aquél encaminada a darle una salida monárquica al conflicto de España, trayendo de Italia a Amadeo de Saboya como nuevo rey. Lagier quería por encima de todo la solución republicana.
Siendo Juan Prim y Prats jefe del Gobierno, mandó en 1870 a Lagier a Nueva York para pactar con el líder independentista cubano Carlos Manuel de Céspedes, proclamado presidente de la República en Armas, y en funciones de mediador gubernamental, una solución pacífica al conflicto secesionista de la isla caribeña. Se iban a llevar las negociaciones con tal secreto que fue con nombre falso y esperando enlaces en la ciudad norteamericana. Cuando llegó a ella, se enteró del asesinato de Prim, nadie se puso en contacto con él, se costeó la estancia y tuvo que volver a España.
Ya en Alicante rehusó los cargos y honores que se le ofrecían aunque fue en 1872 teniente de alcalde de su Ayuntamiento y, según su propia confesión, fugaz alcalde de la ciudad antes de proclamarse la I República, aunque esta circunstancia no consta en documento alguno, tal vez por ejercerlo de manera accidental.
A pesar de su comprobada animadversión hacia los jesuitas, se presentó como candidato del Comité Democrático a diputado a Cortes por Orihuela, «la ciudad más levítica de España», según dijera, y cuyo colegio de Santo Domingo estaba regentado por la Compañía de Jesús. Salió elegido por un amplio margen de votos pero Sagasta invalidó aquellas elecciones por lo que Lagier se desengañó definitivamente de la política, marchó con su segunda mujer, médium y espiritista ilustrada de la que tuvo un hijo, a su finca de Valverde, en el campo de Elche, rodeado de la naturaleza. Entonces llegó a escribir, parafraseando a Dumas: «En el campo esta Dios y en el mar se conoce«.
A pesar de su vida retirada y tranquila, siguió participando en actos del Partido Republicano Progresista que fundara en 1880 Ruiz Zorrilla, presidió la Unión Labradora ilicitana y colaboró en asociaciones espiritistas alicantinas.
En 1894 se instaló definitivamente en el casco urbano de Elche donde murió el jueves 28 de octubre de 1897. Su entierro constituyó una impresionante manifestación de duelo, pronunciando sentidas glosas a su figura los destacados republicanos locales José López Campello y Joaquín Santo Boix, así como Rafael Sevila Linares, director del diario alicantino ‘La Union Democratica‘ en el cual escribiera a menudo el finado. ‘El Heraldo de Madrid‘, entre otros periódicos nacionales, publicó una laudatoria semblanza de Lagier al que llamó «honrado demócrata» y cuya azarosa vida estuvo caracterizada por una limpia entrega a ideales nobles basados en el servicio al prójimo, salvando múltiples vidas en la mar y trabajando en tierra por todo aquello que supusiera bienestar y progreso para la humanidad.
El 27 de agosto de 1904 decidió el Ayuntamiento de Elche rotular con el nombre de Capitán Lagier la entonces llamada calle del Mesón de Tadea. El 24 de mayo de 1956 el consistorio cambió el nombre por el de Pío XII, recuperándose de nuevo para el callejero la denominación de Lagier en democracia.
Por su parte en Alicante se llamó Capitán Lagier a la calle actualmente rotulada como de Monforte del Cid en el barrio de Carolinas. La decisión, tomada tras la guerra civil, no se ha hecho cambiar hasta la actualidad del nomenclátor capitalino”…
Este opusculo se halla, integro en Internet. Tambien, y en mucha mayor extensión, se halla el libro R. Lagier. Apuntes para Ilustrar la Biografia del bravo Capitan del BUENAVENTURA, escrito por el Archivero Bibliotecario Pedro Ibarra y Ruiz, y publicado en Internet por la Federación Espiritista Española, es un extraordinario documento (mas de 200 paginas) que debemos imprimir y agregar a nuestra biblioteca de favoritos. De el vamos a transcribir solamente unos apuntes interesantes sobre su Vida Maritima: …”Fue en la tarde del 20 de Diciembre de 1835, tarde fría y lluviosa, cuando el futuro marino don Ramón Lagier Pomares, se embarcó por primera vez a bordo del pailebot SAN JOSE. Este buque, de la matrícula de Santa Pola, era propiedad de don Manuel Berenguer, y capitán un hijo de éste, don José. La madre de este capitán, Mariana Jordano, había sido criada en casa del abuelo del pilotín Lagier, y casó en Santa Pola, con el citado Berenguer. ¡Azares de la vida! ¡Quién había de decir que un nieto del opulento Lagier había de navegar en un barco del hijo de su criada! El buque tenía muy malas condiciones marineras. Los adelantos que se han realizado en la marina
de cabotaje son tales, que hoy se desdeñaría cualquier marino en embarcarse en un buque como el que el joven Lagier iba a verificar su primer viaje. Desprovisto de bombas, sin cables fuertes, con maniobra de esparto, velas pocas, mal cortadas y viejas: sus anclas eran tan grandes como inútiles y de pésima hechura. Una lancha de un peso enorme, y malísimos aparejos. La arboladura sin proporciones y con las jarcias mal colocadas. El casco de los de forma de canasto.
Fue recibido a bordo con demostraciones algo burlescas y no desprovistas de satíricas cuchufletas. El pobre muchacho, al verse tratado de aquella manera, volvió el rostro en la dirección del cementerio, de aquel campo de eterno reposo, en donde acababan de llevar a su buena madre, y al figurarse que ella le llamaba, rompió en acerbo llanto.
Nuevas risas de los marineros. Confuso y atontado hubo de refugiarse arrinconado sobre la orla, mientras la tripulación se puso a la maniobra de dar vela, levar las anclas y hacer salir del puerto aquel armatoste, permaneciendo el novel marino avergonzado porque nada se le mandaba hacer, a él, que tenía un certificado de aptitud y sabía más logaritmos que todos aquellos marineros juntos. La noche que pasó Lagier, fue terrible. Atacado por fuerte mareo, emocionado aún por la pérdida de su madre y helado de frío. Ya amanecido, fondearon en Santa Pola. Como los tripulantes eran naturales de aquel pueblo, bajaron todos a tierra, y a Ramón le ordenó el capitán que estuviera de guardia en el buque.
Algunos días después zarparon para la Coruña y Gijón, y no se pasaron muchos, cuando ya Lagier corría sobre cubierta a los palos, oyendo con satisfacción que los marineros decían: « No hemos visto ningún pilotín tan listo como este». Claro es, como Ramonet estaba acostumbrado a subir a las palmeras y a trabajar en las faenas del campo, pronto se habituó al nuevo género de vida. Sin embargo, algunos momentos de profunda tristeza embargaban su ánimo, y la dulce memoria de su madre y los recuerdos de sus hermanitos, que vinieron al muelle a despedirle, solían arrasarle los ojos de lágrimas; pero Ramón quería hombre y era trabajador, y el trabajo le distraía y los extraños cantos de los marineros y el ruido de las velas y el espectáculo que ante sí se desplegaba, tan hermoso y sonriente, al contemplar la inmensidad del mar, le enajenaba de entusiasmo.
El viaje fue penosísimo. Navegaban por costas de Portugal. Las maniobras resultaban penosadísimas a causa del excesivo grueso de los aparejos, lo que ocasionaba continuas roturas, y cuando se rompía una vela, como no había otra con la que reemplazarla, era preciso componerla en el acto. Muchas veces, por la noche, a la amortiguada luz de un mal farol que Ramón sostenía, los marineros remendaban las velas deprisa y corriendo, operación que casi siempre se interrumpía por algún fuerte balance o algún golpe de mas que los mojaba a todos, apagaba el farol y arrojaba al matemático contra la mura. Había entonces que buscar yesca y el eslabón, y después de no pocos apuros, cuando conseguían volver a encender la luz reanudaban la interrumpida faena.
Por fin, fondearon en la Coruña, primer punto de escala en aquel su primer viaje.
Luego estuvieron en Gijón, a cuyo puerto les condujo un práctico de costa pues la tripulación del pailebot tenía mucho miedo a la barra que existe en aquel punto.
El regreso de este viaje también fue penosísimo. Sufrieron un fuerte temporal en las costas del Algabe, y al oscurecer desarbolaron el palo del trinquete. La noche fue horrible. El buque atravesado a los mares. Lagier, viendo que el timón estaba abandonado, en medio de aquella confusión y desconcierto que reinaba a bordo, se acercó a sujetar la caña, recibiendo un tan fuerte golpe, que fue derribado sobre cubierta. La tripulación creía llegada su última hora. El buque resistió toda la noche medio atravesado, y al siguiente día se pudo formar una vela desde el palo mayor al bauprés, y bajo de un fuerte chubasco se inclinó el viento al segundo cuadrante, y así pudieron llegar hasta Gibraltar, convoyados por un bergantín inglés.
Si trabajos recogió el novel marino en su primer viaje, del que acabo de dar una ligera noticia, no fueron menos los que le suministró el segundo. Lo realizó en el mismo buque, pailebot SAN JOSE, si bien lo mandaba otro capitán, don Vicente Grau, piloto de la matricula de Alicante. Don Ramón Lagier emprendió este segundo viaje en calidad de agregado al pilotaje, y como quiera que en aquel buque se navegaba a la parte, todos los tripulantes, tenían derecho a intervenir en lo que se había de asignar al agregado. Su padre no podía darle dinero alguno para sus gastos; había, pues, que ganarlo, y para ello se hacía preciso que el trabajo o cargo que Lagier desempeñara a bordo le captase la voluntad de todos los tripulantes, con el fin de que se le asignase alguna parte de los beneficios del viaje, para el día en que terminado éste felizmente, hecha liquidación, hubieran ganancias.
No obstante sus pocos años, Lagier tenia un buen físico, y como no faltaba voluntad, aprendió en poco tiempo a llevar la caña del timón. Ya indiqué el mal corte de aquel pailebot y la pésima colocación del aparejo, por lo que, el manejo de la caña, se hacía sumamente difícil. En un buque malo, se aprende pronto y bien a ser buen timonel. En las horas libres de guardia o de descanso, Lagier escribía su Diario de navegación, del cual tomo estos apuntes, y anotaba en el cuaderno de bitácora el rumbo que llevaban. El sueño le rendía muchas veces, porque las horas de dormir las invertía cumpliendo los deberes del pilotaje, corrigiendo la estima y resolviendo los problemas. También estaba a su cuidado la limpieza de la luz de la bitácora que era una malísima lamparita de aceite, colocada sobre una polea dentro de un armario con dos cristales, que a cada momento se empañaba por el humo de la luz. Lagier también hubo de adquirir no poca ligereza y maestra intención trabajando en los altos, pues los socarrones marinos procuraban siempre encomendarle las faenas más penosas, excusándose siempre que podían, el subir al juanete o al petifoque.
El buque llevaba cargamento de sal, por cuenta de la Real Hacienda, con destino a Villaviciosa. Emprendido también en tiempo de invierno este segundo viaje, sufrieron mil penalidades en la travesía, llegando frente a la barra de Villaviciosa con mucha mar y fuerte viento, por lo que no pudieron tomar puerto y tuvieron que derribar a Santander. Día 23 de Diciembre del año 1836, salieron de dicha ciudad con rumbo a Villaviciosa, y a las cuatro de la tarde del siguiente día, 24, fecha célebre e los anales patrios, pues fue en la misma noche que Espartero libró a la invicta Bilbao rompiendo el cerco de los carlistas, encalló el San José en un banco de arena, pasada la barra. Era en la pleamar, y al quedar en seco el buque que en la bajamar, se partió por medio. La quilla casi tocaba en la cubierta. Fue noche de gran tormenta, fuerte tempestad de viento al nordeste lluvia y granizo. Noche memorable en la historia de España y en la de la vida del señor Lagier, y Nochebuena, también, aunque nunca pasó otra peor durante su larga carrera de marino.
Corriendo descalzo sobre cubierta, en los momentos del naufragio, se clavó una astilla de madera en la planta del pie derecho, que le fue atravesado de parte a parte, y que, al romperse, se quedó dentro, y en aquellos momentos de horrible angustia, en los cuales cada cual procuraba salvar su vida, nadie le hacia caso, no podía moverse ni dar un paso. El pie, con la herida mojada por el agua del mar, le producía agudísimos dolores, y era preciso caminar sobre la nieve. La marea subiendo precipitadamente, y las vidas de aquella infeliz tripulación en inminente peligro.
Cargada la lancha de los más preciosos enseres y embarcada en ella toda la tripulación, se creyó abandonado, perdido, cuando uno de los marineros le tomó por la cintura y le tiró sobre los demás. El golpazo que recibió Lagier no fue tan duro, pues se amortiguó al dar su cuerpo sobre la demás gente. Inmediatamente picaron la boza de la lancha y bogaron con rumbo a tierra atravesando la ría; pero la corriente era tan violenta que no podían vencerla con los remos y hubo momentos en que se vieron perdidos. En medio de la noche, envueltos en aquel torbellino, aturdidos por el bramido feroz del fuerte oleaje que rompía en la inmediata barra, sólo en Dios fiaron su salvación.
Por fin, pudieron ganar la playa, y todos fueron desembarcados y auxiliados por los guardias de la sal y varios marineros, que, con hachones, prestaban animación al cuadro. Era próximamente la media noche y se encaminaron en busca de un caserío que distaba, del punto en que se hallaban, un cuarto de hora. Lagier fue conducido por un hombre que lo cargó a sus espaldas, y pronto, en el abrigado hogar de una casa de mísero aspecto, recibieron auxilio los pobres Náufragos. Lagier sufría atrozmente; su herida no le permitió conciliar el sueño. Habíasele hinchado el pie, que había sido vendado por una hermosa y caritativa joven, hija de la casa, llamada Genoveva, quien también le prestó, para que se abrigara, unas sayas de bayeta, pueshabía perdido toda su ropa en el naufragio. Genoveva le suministró una taza de cidra caliente y lo acomodó sobre un montón de hojas de maíz, junto a una vaca. Al día siguiente del naufragio, día de Navidad, todos los tripulantes del perdido pailebot fueron al Puntal, caserío existente al norte de la ría. Allí, enfrente de ellos, se veían los restos del buque sumergido…
…Un mes, como digo, había transcurrido desde la fecha del naufragio, pues los correos de entonces demoraban bastante, cuando se recibieron instrucciones de la casa armadora y dinero para hacer frente a todas las necesidades.
Con ayuda de ciento cincuenta pipas vacías y de algunos toneles de los que sirven para envasar cidra, colocados en la bodega del SAN JOSE, durante la bajamar, consiguióse ponerlo a flote en la pleamar inmediata. Ya en este estado, fue remolcado a la playa del Puntal. El maestro carpintero sacó las plantillas de las piezas de madera que se necesitaban para el reparo del buque, y entonces se organizó una expedición al monte para cortar algunos robles. Una semana estuvieron en aquel trabajo, ínterin el cual, Lagier intervenía en el ajuste de los árboles y ayudaba en todo. Las noches las pasaban en una aldea inmediata, donde cenaban y bebían cidra al amor de la lumbre. Cuatro meses se pasaron en la composición del buque, pues como se operaba en el plan y quilla del mismo, sólo se podía trabajar durante las horas de bajamar. Allí en aquella playa, metidos en el lodo, descalzos y escasos de ropa, los aparejadores del SAN JOSE pasaron uno de los inviernos más crudos que se han conocido. Por fin, listo el buque, pudieron emprender el viaje de vuelta sin novedad digna de mención….
…Diez y ocho años contaba de edad el señor Lagier, cuando a bordo de la SAN ANTONIO salía del puerto de Barcelona con rumbo a la Habana, en Diciembre de 1838…
…” Ya en Barcelona, no fue tan difícil al señor Lagier, como anteriormente, hallar buque en que pudiera terminar sus viajes para estar en aptitud de poderse examinar de primer piloto de Indias. Conocía no pocos capitanes, y así se pudo embarcar en una fragata nueva, capitán Conil, que estaba para salir con dirección a Manila, ejerciendo el cargo de tercer oficial. El capitán mostraba hallarse satisfecho del comportamiento del nuevo agregado. Ya próximos a salir, se presentó a Lagier un capitán de Alicante, don Francisco Dodero, y le dijo: « Vengo en busca tuya para un asunto de importancia, y es el siguiente: Un amigo mío Vicente Lloret, de Villajoyosa, está construyendo un buque en el astillero de Arenys, y me ha dado el encargo de que te proponga si quieres embarcarte en su buque para hacer viajes a Galicia; tú serás el capitán, yendo él a bordo, como armador, puesto que no tienes título para ejercer ese cargo.» Lagier le contestó dándole las gracias por su atención, pero que estaba muy agradecido al señor Conil y no pensaba desembarcar de la fragata. Insistió Dodero, aconsejándole que era más ventajoso para él ser capitán de un buque nuevo, aunque de cabotaje, porque así sería conocido su nombre entre el comercio. La negativa que ponía Lagier ya no era tan rotunda: la proposición halagaba. Nada menos que ser ¡capitán a los 19 años! ¿Qué más podía desear él, que tantas penalidades había sufrido? En toda la noche no pudo pegar los ojos. Al día siguiente se presentó Dodero a bordo de la fragata y convidó a Lagier a comer a la Fonda del Sable, sitio en donde les esperaba Vicente Lloret. De la fonda, al café, y luego… Lagier dio su palabra formal a Lloret de desembarcarse de la fragata y ponerse a su disposición. Él mismo nos ha dicho muchas veces que Dodero y Lloret cambiaron el rumbo de su vida. Y así fue efectivamente.
Era el año 1840, cuando don Ramón Lagier Pomares, cuya edad frisaba en los ¡19 años! tomó el mando, en Barcelona, de un buque de los mayores de cabotaje, nuevo, de vela latina, bien construido y muy andador. Llamábase LA ESPERANZA, y pertenecía, como dije, a don Vicente Lloret, de Villajoyosa, residente en Las Águilas, donde tenía su familia, punto de escala en el viaje que iba a emprender el novel capitán Lagier....
Teniendo noticia la casa Orozco, de Almería, de la intrepidez y conocimientos del joven capitán Lagier, le hizo proposiciones muy ventajosas, hasta el punto de hacerle aceptar el mando del laúd JOVEN TERESA, más pequeño que el ESPERANZA, pero no de peores condiciones. Las minas de Sierra Almagrera estaban dando grandes cantidades de metal argentífero, mineral cuya exportación estaba prohibida, hasta el extremo de que los guardacostas tenían órdenes para apresar a todo buque español que encontrasen cargado de dicho producto. Se trataba, pues, de hacer un viaje de contrabando. Lagier titubeó. Sabía a lo que se exponía si era apresado. Había que navegar apartado de la costa, a fin de no ser visto…
Salió el JOVEN TERESA de la rada de la Garrucha, con destino a Marsella y cargado de mineral argentífero (plomizo se declaró, que de éste sí permitían extraer las ordenanzas), en el peor mes del año y en invierno. Lagier navegó por el canal, por la parte sur de las Baleares, con tanta suerte, que, a los cinco días de navegación, entraban de arribada en Cette, hostigados por un fuerte temporal de viento al sudeste.
Una vez allí, estaban ya libres de los guardacostas españoles, y una vez amainado el temporal, dieron vela a Marsella, adonde llegaron en la misma singladura. Los señores Cucurny tío y Cº, a cuya casa iba consignado el precioso cargamento, se admiraron mucho cuando conocieron los detalles del viaje, verificando en buque no nada apropiado de nombre, era ya viejo en demasía, y mandado por un capitán tan joven. Se sabía también, que en aquellos habían sido apresados siete buques cargados también de mineral argentífero, en el puerto de Rosas, donde les esperaba un corsario, que había sin duda tenido noticia de la expedición. Las casas de Cucurny, de Marsella, y la de Orozco, de Almería, cobraron desde entonces grande estimación a Lagier, quien se distinguió ya por lo arrojado y valiente, no obstante que debió su éxito a una casualidad, porque la navegación por medio del canal y atravesando el golfo de Lyon por el centro, les expuso a perecer, y mayormente, por la clase de cargamento que llevaban.
De regreso del referido viaje, se ajustó el señor Lagier para cargar mineral desde la playa de Villaricos a la rada de Adra. Estando ya el buque cargado, fondeados en el citado Villaricos esperando los papeles para zarpar, entró de golpe una tempestad de viento del este. Rompiéronse las amarras, se dio fondo al ancla mayor y también se rompió el cable. Ya envueltos entre las rompientes, entró un golpe de mar sobre cubierta y se llevó tres hombres, que se salvaron a nado, pues estaban cerca de la costa. Al segundo golpe de mar encalló el barco en un arrecife y se hizo pedazos, rindiéndose el palo mayor. Era anochecido. El capitán Lagier se ató al palo de mesana y esperaba el momento de ser destrozado por aquellas embravecidas olas. En tan crítica situación lanzó un fatídico « ¡sálvese el que pueda!», y todos los que quedaban a bordo se echaron al agua. Las rompientes los llevaron a tierra, después de arrojarlos sobre los escollos. Ya en tierra, fueron auxiliados por los mineros de las cercanías, quienes llevaron al capitán a una inmediata cantina, donde acabó de pasar la noche, envuelto en una manta que le prestaron. Toda la ropa del desgraciado náufrago, todos sus libros de náutica, el reloj, sextante y demás instrumentos, en una palabra, todo su caudal, quedaba sumergido en el fondo del mar…
…Era el mes de Octubre de 1842, cuando don Ramón Lagier Pomares se unió con lazos indisolubles con la bellísima señorita doña María Vicenta Lloret y Usera. Entre los dos contaban 36 años: ella 15 y él 21. La boda fue de resonancia…
…Sus viajes de capitán en esta época fueron a San Juan de Terranova para la conducción de bacalao inglés; más tarde mandó el bergantín español PEPITO, de la matrícula de Barcelona”….
Mas adelante, el libro cita: …”Al perder a su amante esposa y a los otros individuos de su familia, hubo de sufrir el ánimo del señor Lagier, como vimos, terrible golpe. Sintióse desfallecer y procuró hallar algún consuelo y distracción a su honda pena visitando aquellos sitios donde creía hallarla. Entregó su buque a otro capitán amigo suyo, puso a pensión a sus cuatro hijos en un colegio educativo de Barcelona, los cuatro tiernos pimpollos que el terrible cólera había respetado y que le dejara en este mundo la infortunada María Vicenta, y él partió para Roma, como dije anteriormente, mandando el buque de Mr. Baronet.
Hallábase don Ramón Lagier en la ciudad eterna cuando fue nombrado capitán del vapor HAMBURGO, el mayor de los buques que por entonces había en España, adquirido por una Sociedad de Navegación a vapor que se formó en Barcelona. De Roma pasó el capitán a Inglaterra para hacerse cargo del mando del vapor citado.
Anotado en el nombramiento de piloto del señor Lagier, se lee: «Visto bueno para hacer viaje a Barcelona con cargos de capitán del vapor español HAMBURGO.- Hamburgo 29 de Diciembre de 1856.-P.A. S. C. G.-E1 vice-cónsul de S. M. C.;(firmado): Elfruestenbol»-Hay un sello que dice: «Vice-consulado general de España en Hamburgo».
No podía por menos que ser buscado con interés por las primeras compañías navieras, un hombre que poseía los conocimientos náuticos del capitán Lagier y que contaba con tantos amigos que no le habían dejar postergado, gozando de un nombre y un prestigio envidiables. Su fama de experto capitán y hábil piloto le habían granjeado la estimación universal. Lo prueba el haber sido elegido, como digo para andar el primer buque de vapor que se trajo a España.
Algún tiempo estuvo el señor Lagier al servicio de la citada compañía «La Naviera Catalana», hasta que terminada la vía férrea de Madrid a Alicante, entró entonces al servicio de los vapores correos de esta última ciudad a Marsella, en combinación con el ferrocarril de París al Mediterráneo.
Don Ramón Lagier, por este cambio de servicio en su profesión, trasladó sus hijos a Marsella, punto este en donde permanecía, en cada viaje de arribada, tres días que dedicaba a sus queridos seres, gozando con todas las delicias que un padre amante y cariñoso siente por sus hijos.
El dueño del vapor que conducía el capitán Lagier, era don Antonio López, que después fue marques de Comillas, persona adinerada y muy metida en los jesuitas…
Y acabamos aqui, por no extendernos mas en el espacio, recomendando la lectura integra de este libro, en el que queda lo mejor: las aventuras del capitan en los buques LE MONARCH y BUENAVENTURA.
Otro mas de aquellos capitanes que fueron formidables personajes historicos.
solo quiero el significado de este refran no quiero la historia si ayudaran un poco mas con los temas seria mucho mejor