Para patrullar las grandes extensiones costeras en las Filipinas la Armada diseño, entre otros, cuatro cañoneros considerados por entonces como pequeños cruceros coloniales que eran, el Magallanes, el Elcano, el General Lezo y el que hoy estudiaremos General Concha.
Al final, y como muchas veces ocurrio, tan solo el General Lezo y el Elcano patrullaron las calidas aguas del archipielago tagalo.
Los buques eran de casco de hierro y fueron construidos en España, habiendo sido ordenados por el almirante D. Francisco de Paula Pavia y Pavia.
Sus caracteristicas tecnicas eran las siguientes: 47,87 metros de eslora; 7,87 de manga; 3,41 de calado; desplazamiento en carga, 524 toneladas; maquina compound fabricada por la Maquinista Terrestre y Maritima con una potencia indicada de 600 caballos; dos helices; velocidad maxima, 11 nudos; capacidad de las carboneras, 68 toneladas; autonomia, 840 millas; aparejo de goleta con una superficie velica de 325 metros cuadrados; consumo diario de 10 toneladas de carbón; dotación de 95 hombres.
Su armamento en origen era: 3 cañones Hontoria de 120 mm modelo 1.879 y dos ametralladoras Nordenfelt de 25 mm. Poseia otra de la misma marca de 11 mm de calibre. El General Lezo y el Elcano mostraban algunas diferencias, ya que uno de los tres Hontoria era de 90 mm y poseian ademas un tubo lanzatorpedos.
Al final, y como muchas veces ocurrio, tan solo el General Lezo y el Elcano patrullaron las calidas aguas del archipielago tagalo.
Los buques eran de casco de hierro y fueron construidos en España, habiendo sido ordenados por el almirante D. Francisco de Paula Pavia y Pavia.
Sus caracteristicas tecnicas eran las siguientes: 47,87 metros de eslora; 7,87 de manga; 3,41 de calado; desplazamiento en carga, 524 toneladas; maquina compound fabricada por la Maquinista Terrestre y Maritima con una potencia indicada de 600 caballos; dos helices; velocidad maxima, 11 nudos; capacidad de las carboneras, 68 toneladas; autonomia, 840 millas; aparejo de goleta con una superficie velica de 325 metros cuadrados; consumo diario de 10 toneladas de carbón; dotación de 95 hombres.
Su armamento en origen era: 3 cañones Hontoria de 120 mm modelo 1.879 y dos ametralladoras Nordenfelt de 25 mm. Poseia otra de la misma marca de 11 mm de calibre. El General Lezo y el Elcano mostraban algunas diferencias, ya que uno de los tres Hontoria era de 90 mm y poseian ademas un tubo lanzatorpedos.
El numero de grada era el 169 del astillero de Esteiro, en Ferrol; su quilla fue puesta el 1 de mayo de 1.882 y fue botado el 28 de noviembre de 1.883.
Como datos complementarios citar que el valor de las maquinas del cañonero ascendio a 312.000 pesetas y que el nombre del buque era en honor del brigadier de la Armada D. Juan Gutierrez de la Concha, gobernador e intendente de la provincia de Tucuman, del Virreinato de Buenos Aires, sublevado contra la Junta de Gobierno de Buenos Aires y fusilado junto al depuesto Virrey D. Santiago Liniers, en 1.810.
El area de operaciones del General Concha fueron las Antillas coloniales. Estuvo basado muchos años en Puerto Rico y al llegar la guerra con los americanos, en 1.898, en un pequeño raid con el crucero Isabel II, rescato al Antonio Lopez de un crucero auxiliar yankee.
Vuelto a casa tras la debacle colonial ve como su armamento es completamente modificado hacia 1.904, cambiandosele toda la artilleria pesada por 4 Nordenfelt de 42 mm, pero conservando el resto de ametralladoras.
Como a continuación veremos, el 11 de junio de 1.913, debido a la cerrazón en niebla, encalla en la playa de la Cebadilla, cerca de Alhucemas y, debido a los hechos acaecidos, escribe una de las paginas epicas de la Armada española.
Naufragios de la Armada Española…y otros Sucesos Maritimos Acaecidos Durante el Siglo XX, esta escrito por Alejandro Anca Alamillo y Lino J. Pazos Pérez, editado por la editorial Real del Catorce Editores S.L. y su ISBN es 84-934944-0-2. De Alejandro Anca Alamillo ya hemos visto varios articulos de algunos de sus libros y Lino J. Pazos Pérez es autor de unos interesantisimos libros sobre la pesca de la ballena y tambien de relatos de naufragios en la Costa da Morte. Con su permiso transcribimos del articulo dedicado al cañonero General Concha, su epica lucha contra las tropas de la Cabila de Bocoy: El Naufragio y la Agresión. En el desarrollo de aquellas misiones estaba ocupado nuestro cañonero cuando, después de trasladar al Peñón al general gobernador del Campo de Gibraltar, D. Muñoz Cobo, y haber carboneado en Málaga, le sorprendió el día 3 de junio de 1913 un fuerte levante cuando navegaba en demanda de Algeciras, viéndose obligado a entrar de arribada en Almuñécar.
Aquel 11 de junio de 1913, el Concha,procedente de la citada localidad granadina y con rumbo a Alhucemas, se encontraba navegando en las inmediaciones de la ensenada de Busicú al mando del capitán de corbeta D. Emiliano Castaño Hernández, llevando a su bordo al coronel Basterra, del Estado Mayor, cuando a las 07:40 horas, y habiendo perdido la referencia de la costa por culpa de una densa niebla, embarrancó vio-lentamente en territorio dominado por la Cabila de moros rebeldes de Bocoy, a unas cinco millas de Alhucemas.
El barco había quedado atrapado entre las rocas con la proa orientada a la costa, por lo que su comandante ordenó fondear un ancla por la popa para intentar liberarlo sin conseguirlo.
Sin perder tiempo fue puesto a flote el chinchorro con el objeto de reconocer más de cerca los daños producidos en el casco. Al poco, y ante las graves averías que presentaba el cañonero, pues se encontraban inundadas la despensa, caja de cadena y la totalidad de los compartimentos de proa, el comandante ordenó retirar los fusiles que había en el armero de proa para llevarlos a la cámara de oficiales. También dio las indicaciones necesarias para que se lanzara al agua el bote armado número 2, que bajo el mando del alférez de navio D. Luis Felipe Lazaga, con una dotación de ocho hombres y llevando consigo al citado coronel, intentaría llegar a Alhucemas para conseguir el auxilio de nuestras fuerzas. De camino se encontraron con una pequeña embarcación enemiga, y tras un breve parlamento con los españoles, siguieron viaje, y al percatarse del grave accidente y del desamparo en el que quedaban los españoles, los moros decidieron atacar al buque siniestrado impulsados por la codicia y afán de piratería, cosa que hicieron desde las posiciones elevadas del acantilado donde, con fuerzas veinte veces superiores a las nuestras, les resultaba muy fácil hostilizar a la dotación del cañonero, disparando a placer sobre nuestros compatriotas.
Los españoles intentaban repeler la agresión al tiempo que se afanaban en reparar las averías producidas a proa por el naufragio, que hacía que la artillería allí ubicada se encontrara fuera de servicio. Intentando realizar los trabajos de salvamento se encontraban diez marineros al mando del alférez de navio D. Manuel de Quevedo y el contramaestre D.José Rendóla.
Ante el fuego enemigo, la situación de los defensores que se ubicaban a popa era cada vez más crítica, no pudiendo ser ayudados por los hombres que se encontraban en el interior del buque y que tampoco podían salir a cubierta para ayudar en la resistencia, aunque sí utilizaban los portillos como improvisadas aspilleras para vigilar y disparar a los moros.
Durante este primer tiroteo muere el marinero José Piñeiro, el artillero Benítez, y caen heridos varios hombres más, entre los que se encuentra el alférez de navio D. Rafael Ramos Izquierdo y Gener , que lo fue en su brazo derecho.
Para atender a aquellos primeros heridos, el practicante del Concha, D. José Quiñón, improvisó una pequeña enfermería en el interior del buque, saliendo a cubierta para recoger a los contusos protegido por un improvisado chaleco antibalas consistente en una colchoneta que se enrolló al cuerpo.
Los atacantes intentaron hacerse con el chinchorro que, como ya contamos, se encontraba abarloado al cañonero, cosa que no consiguieron pese a sus múltiples intentos.
En esos dramáticos momentos, el comandante ordenó cubrir la artillería de popa, orden que intentaron cumplir el segundo condestable D. Pedro Muiños San Martín acompañado por el artillero Eugenio Benítez y el cabo de cañón Francisco García Benedicto que, ante una auténtica lluvia de balazos, no consiguieron servir la pieza, pues los dos primeros murieron en el intento, quedando el tercero gravemente herido.
Al comandante no le quedó más remedio que ordenar a sus hombres que buscaran la protección en el interior de su nave, pues permanecer más tiempo en cubierta era un suicidio.
Pero lo peor estaba por venir. A las .12:30 horas los moros recrudecieron su ataque, abordando desde sus botes al cañonero, entablándose una lucha cuerpo a cuerpo.
En un momento del combate el enemigo se hizo con el control de la proa haciendo varios prisioneros, pero gracias a la determinación del alférez de navio Ramos, secundado por un grupo de hombres de la dotación que contraatacaron fieramente y a la desesperada contra los invasores animándose mutuamente con vivas a España y al Rey, que rivalizaban en furia con los de guerra proferidos por los cabileños, los ata-cantes fueron finalmente desalojados.
En un acto de heroicidad difícil, por no decir imposible de transmitir en estas modestas líneas, los marineros consiguieron que los moros retrocediesen, y liberar a la mayoría de los capturados. La encarnizada embestida de los nuestros fue épica, muchos se colgaron el fusil a la bandolera y empuñando las hachas de abordaje las descargaban sobre el enemigo con tal furia que sus cuerpos quedaban hechos pedazos.
En este valiente ataque resultaría muerto el comandante del buque, pasando a tomar el mando el propio Ramos Izquierdo que, aunque herido, no dejaba de plantar cara a los sitiadores.
A pesar de la valerosa acción del oficial, no se pudo evitar que varios miembros de la dotación quedaran finalmente en manos de los moros, entre ellos se encontraba el contramaestre Fernández Lucero y el marinero Francisco Estensa. Horas después, fue precisamente este marinero el que hizo llegar un mensaje del enemigo a su comandante accidental escrito por el contramaestre capturado, donde se expresaba el ultimátum de los moros para la rendición incondicional del buque a cambio de garantizar la integridad física de sus tripulantes; de no aceptarlo, amenazaban con volar el cañonero con dinamita.
Ramos Izquierdo, y conforme a las Ordenanzas de la Armada, reunió al Consejo de Oficiales formado por el alférez D. Manuel Quevedo y el contador D. Pablo Rodríguez, únicos supervivientes de su clase.
Tras una breve deliberación, no sólo decidieron no rendirse, sino que convinieron en no contestar a la nota, quedando el marinero Estensa en el barco, comenzando de nuevo el fuego entre sitiadores y sitiados que se prolongó hasta las 17:00 horas, momento en que hicieron acto de presencia el vapor Vicente Sáenz, que navegaba en las inmediaciones, y el cañonero Lauria, lo que produjo que los moros suspendieran su ataque.
Del Lauria se destacó un bote con bandera blanca que salió al encuentro de otra embarcación de los enemigos para parlamentar. Terminada la breve conferencia, y sin que se llegara a ningún tipo de acuerdo, se recrudeció el ataque contra el Concha.
Ante la imposibilidad de comunicarse con el Lauria, Ramos Izquierdo pidió dos voluntarios para que dieran conocimiento de la crítica situación en la que se encontraban a bordo. Una avalancha de hombres se ofreció para realizar la arriesgada misión, lo que no pudo más que emocionar al mando, que eligió a los fogoneros José Carrascosa Segura y Antonio González Maldonado, los cuales, y a pesar del nutrido fuego que descargaron sobre ellos, consiguieron llegar al cañonero amigo dando parte de la situación límite que se vivía en el Concha.
Mientras tanto, desde el buque náufrago se envió un nuevo bote para parlamentar con los moros, que a su vez enviaron otro para tal fin. Esta nueva tregua sería aprovechada para trasbordar a los heridos del Concha al recién llegado cañonero español, y es que la inundación del buque se hacía irreversible, y ante la imposibilidad de seguir por más tiempo a bordo, se decide su urgente abandono, cosa que precipitó un nuevo ataque de los moros, recibiendo en esta oleada un segundo impacto de bala el valeroso Ramos Izquierdo, que no le impidió dirigir la evacuación de sus hombres ante la crítica situación que a la una de la madrugada atravesaba el buque, pues a esa hora precisamente se encontraba hundido desde la proa hasta la cámara de los oficiales, quedando anegada el resto de la cubierta por unos 30 centímetros de agua.
Ramos Izquierdo mandó arriar el cuarto bote, que ocuparon el maestro carpintero Cristóbal Moreno, herido en la cadera, los marineros Diego Pacheco, Luis Escobedo, Antonio Carrillo, Antonio López Moreno, Francisco Coca, el practicante, el citado Guiñó, el mayordomo José Gómez Martín, cabo de cañón Francisco García Benedicto, gravemente herido, los marineros preferentes Santiago Aisina, José Núñez Pavón, Emilio Baqueira y el cocinero Miguel Amores.
Las balas caían como granizo alrededor del bote, recibiendo varios impactos sus ocupantes. De camino al Lauria, que maniobraba con gran riesgo para recoger a los supervivientes, se encontraron con el cabo de cañón José Luna García que, rendido por las fuerzas, intentaba llegar torpemente a nado al buque salvador.
A pesar de lo extrema de la situación también se produjeron algunas anécdotas; por ejemplo la protagonizada por el citado alférez de navio Quevedo, que llegó a nado al cañonero y que guardó en un calcetín un billete de mil pesetas de la caja del Concha que Ramos Izquierdo decidió que se repartiese entre los tripulantes para evitar que cayera en poder de las fuerzas hostiles. También algunos de los supervivientes que llevaban dinero en plata, tuvieron que deshacerse de su preciado lastre para poder nadar con facilidad y llegar a su destino.
A las dos de la madrugada sólo quedaban en el Concha el alférez de navio Ramos Izquierdo, imposibilitado para escapar, y algunos miembros de la dotación que no sabían nadar, siendo capturados por el enemigo que no sabía muy bien si ejecutarles al instante o pedir un rescate por ellos, aunque felizmente la codicia pudo más que la venganza.
Pasado poco tiempo aparecieron el cañonero Recalde y el crucero Reina Regente, que ya nada pudieron hacer.
Al poco se iniciaron los contactos conducentes a la liberación de los prisioneros, exi-giendo los cabileños la cantidad de 250.000 pesetas para hacer efectiva su liberación, extorsión ésta que no fue aceptada por nuestras autoridades, que por toda respuesta ordenaron al crucero Reina Regente y al Lauria bombardear la costa, destrozando con sus cañones los restos del Concha.
Al alferez de navio D. Rafael Ramos Izquierdo se le concede la Cruz Laureada de San Fernando, como responsable, tras la muerte de su comandante, de la heroica resistencia de su tripulación. Todos fueron valientes.
Foto 1. El General Concha con parte de su velamen. De la revista El Mundo Naval Ilustrado. Año 1.897.
Foto 2. D. Rafael Ramos Izquierdo, D. Emiliano Castaño Hernandez y D. Luis Felipe Lazaga, mandos del General Concha. De la revista La Vida Maritima. Año 1.913.
Foto 3. Encallado. Dibujo de Barta en la revista La Ilustración Española y Americana.
Como datos complementarios citar que el valor de las maquinas del cañonero ascendio a 312.000 pesetas y que el nombre del buque era en honor del brigadier de la Armada D. Juan Gutierrez de la Concha, gobernador e intendente de la provincia de Tucuman, del Virreinato de Buenos Aires, sublevado contra la Junta de Gobierno de Buenos Aires y fusilado junto al depuesto Virrey D. Santiago Liniers, en 1.810.
El area de operaciones del General Concha fueron las Antillas coloniales. Estuvo basado muchos años en Puerto Rico y al llegar la guerra con los americanos, en 1.898, en un pequeño raid con el crucero Isabel II, rescato al Antonio Lopez de un crucero auxiliar yankee.
Vuelto a casa tras la debacle colonial ve como su armamento es completamente modificado hacia 1.904, cambiandosele toda la artilleria pesada por 4 Nordenfelt de 42 mm, pero conservando el resto de ametralladoras.
Como a continuación veremos, el 11 de junio de 1.913, debido a la cerrazón en niebla, encalla en la playa de la Cebadilla, cerca de Alhucemas y, debido a los hechos acaecidos, escribe una de las paginas epicas de la Armada española.
Naufragios de la Armada Española…y otros Sucesos Maritimos Acaecidos Durante el Siglo XX, esta escrito por Alejandro Anca Alamillo y Lino J. Pazos Pérez, editado por la editorial Real del Catorce Editores S.L. y su ISBN es 84-934944-0-2. De Alejandro Anca Alamillo ya hemos visto varios articulos de algunos de sus libros y Lino J. Pazos Pérez es autor de unos interesantisimos libros sobre la pesca de la ballena y tambien de relatos de naufragios en la Costa da Morte. Con su permiso transcribimos del articulo dedicado al cañonero General Concha, su epica lucha contra las tropas de la Cabila de Bocoy: El Naufragio y la Agresión. En el desarrollo de aquellas misiones estaba ocupado nuestro cañonero cuando, después de trasladar al Peñón al general gobernador del Campo de Gibraltar, D. Muñoz Cobo, y haber carboneado en Málaga, le sorprendió el día 3 de junio de 1913 un fuerte levante cuando navegaba en demanda de Algeciras, viéndose obligado a entrar de arribada en Almuñécar.
Aquel 11 de junio de 1913, el Concha,procedente de la citada localidad granadina y con rumbo a Alhucemas, se encontraba navegando en las inmediaciones de la ensenada de Busicú al mando del capitán de corbeta D. Emiliano Castaño Hernández, llevando a su bordo al coronel Basterra, del Estado Mayor, cuando a las 07:40 horas, y habiendo perdido la referencia de la costa por culpa de una densa niebla, embarrancó vio-lentamente en territorio dominado por la Cabila de moros rebeldes de Bocoy, a unas cinco millas de Alhucemas.
El barco había quedado atrapado entre las rocas con la proa orientada a la costa, por lo que su comandante ordenó fondear un ancla por la popa para intentar liberarlo sin conseguirlo.
Sin perder tiempo fue puesto a flote el chinchorro con el objeto de reconocer más de cerca los daños producidos en el casco. Al poco, y ante las graves averías que presentaba el cañonero, pues se encontraban inundadas la despensa, caja de cadena y la totalidad de los compartimentos de proa, el comandante ordenó retirar los fusiles que había en el armero de proa para llevarlos a la cámara de oficiales. También dio las indicaciones necesarias para que se lanzara al agua el bote armado número 2, que bajo el mando del alférez de navio D. Luis Felipe Lazaga, con una dotación de ocho hombres y llevando consigo al citado coronel, intentaría llegar a Alhucemas para conseguir el auxilio de nuestras fuerzas. De camino se encontraron con una pequeña embarcación enemiga, y tras un breve parlamento con los españoles, siguieron viaje, y al percatarse del grave accidente y del desamparo en el que quedaban los españoles, los moros decidieron atacar al buque siniestrado impulsados por la codicia y afán de piratería, cosa que hicieron desde las posiciones elevadas del acantilado donde, con fuerzas veinte veces superiores a las nuestras, les resultaba muy fácil hostilizar a la dotación del cañonero, disparando a placer sobre nuestros compatriotas.

Los españoles intentaban repeler la agresión al tiempo que se afanaban en reparar las averías producidas a proa por el naufragio, que hacía que la artillería allí ubicada se encontrara fuera de servicio. Intentando realizar los trabajos de salvamento se encontraban diez marineros al mando del alférez de navio D. Manuel de Quevedo y el contramaestre D.José Rendóla.
Ante el fuego enemigo, la situación de los defensores que se ubicaban a popa era cada vez más crítica, no pudiendo ser ayudados por los hombres que se encontraban en el interior del buque y que tampoco podían salir a cubierta para ayudar en la resistencia, aunque sí utilizaban los portillos como improvisadas aspilleras para vigilar y disparar a los moros.
Durante este primer tiroteo muere el marinero José Piñeiro, el artillero Benítez, y caen heridos varios hombres más, entre los que se encuentra el alférez de navio D. Rafael Ramos Izquierdo y Gener , que lo fue en su brazo derecho.
Para atender a aquellos primeros heridos, el practicante del Concha, D. José Quiñón, improvisó una pequeña enfermería en el interior del buque, saliendo a cubierta para recoger a los contusos protegido por un improvisado chaleco antibalas consistente en una colchoneta que se enrolló al cuerpo.
Los atacantes intentaron hacerse con el chinchorro que, como ya contamos, se encontraba abarloado al cañonero, cosa que no consiguieron pese a sus múltiples intentos.
En esos dramáticos momentos, el comandante ordenó cubrir la artillería de popa, orden que intentaron cumplir el segundo condestable D. Pedro Muiños San Martín acompañado por el artillero Eugenio Benítez y el cabo de cañón Francisco García Benedicto que, ante una auténtica lluvia de balazos, no consiguieron servir la pieza, pues los dos primeros murieron en el intento, quedando el tercero gravemente herido.
Al comandante no le quedó más remedio que ordenar a sus hombres que buscaran la protección en el interior de su nave, pues permanecer más tiempo en cubierta era un suicidio.
Pero lo peor estaba por venir. A las .12:30 horas los moros recrudecieron su ataque, abordando desde sus botes al cañonero, entablándose una lucha cuerpo a cuerpo.
En un momento del combate el enemigo se hizo con el control de la proa haciendo varios prisioneros, pero gracias a la determinación del alférez de navio Ramos, secundado por un grupo de hombres de la dotación que contraatacaron fieramente y a la desesperada contra los invasores animándose mutuamente con vivas a España y al Rey, que rivalizaban en furia con los de guerra proferidos por los cabileños, los ata-cantes fueron finalmente desalojados.
En un acto de heroicidad difícil, por no decir imposible de transmitir en estas modestas líneas, los marineros consiguieron que los moros retrocediesen, y liberar a la mayoría de los capturados. La encarnizada embestida de los nuestros fue épica, muchos se colgaron el fusil a la bandolera y empuñando las hachas de abordaje las descargaban sobre el enemigo con tal furia que sus cuerpos quedaban hechos pedazos.
En este valiente ataque resultaría muerto el comandante del buque, pasando a tomar el mando el propio Ramos Izquierdo que, aunque herido, no dejaba de plantar cara a los sitiadores.

A pesar de la valerosa acción del oficial, no se pudo evitar que varios miembros de la dotación quedaran finalmente en manos de los moros, entre ellos se encontraba el contramaestre Fernández Lucero y el marinero Francisco Estensa. Horas después, fue precisamente este marinero el que hizo llegar un mensaje del enemigo a su comandante accidental escrito por el contramaestre capturado, donde se expresaba el ultimátum de los moros para la rendición incondicional del buque a cambio de garantizar la integridad física de sus tripulantes; de no aceptarlo, amenazaban con volar el cañonero con dinamita.
Ramos Izquierdo, y conforme a las Ordenanzas de la Armada, reunió al Consejo de Oficiales formado por el alférez D. Manuel Quevedo y el contador D. Pablo Rodríguez, únicos supervivientes de su clase.
Tras una breve deliberación, no sólo decidieron no rendirse, sino que convinieron en no contestar a la nota, quedando el marinero Estensa en el barco, comenzando de nuevo el fuego entre sitiadores y sitiados que se prolongó hasta las 17:00 horas, momento en que hicieron acto de presencia el vapor Vicente Sáenz, que navegaba en las inmediaciones, y el cañonero Lauria, lo que produjo que los moros suspendieran su ataque.
Del Lauria se destacó un bote con bandera blanca que salió al encuentro de otra embarcación de los enemigos para parlamentar. Terminada la breve conferencia, y sin que se llegara a ningún tipo de acuerdo, se recrudeció el ataque contra el Concha.
Ante la imposibilidad de comunicarse con el Lauria, Ramos Izquierdo pidió dos voluntarios para que dieran conocimiento de la crítica situación en la que se encontraban a bordo. Una avalancha de hombres se ofreció para realizar la arriesgada misión, lo que no pudo más que emocionar al mando, que eligió a los fogoneros José Carrascosa Segura y Antonio González Maldonado, los cuales, y a pesar del nutrido fuego que descargaron sobre ellos, consiguieron llegar al cañonero amigo dando parte de la situación límite que se vivía en el Concha.
Mientras tanto, desde el buque náufrago se envió un nuevo bote para parlamentar con los moros, que a su vez enviaron otro para tal fin. Esta nueva tregua sería aprovechada para trasbordar a los heridos del Concha al recién llegado cañonero español, y es que la inundación del buque se hacía irreversible, y ante la imposibilidad de seguir por más tiempo a bordo, se decide su urgente abandono, cosa que precipitó un nuevo ataque de los moros, recibiendo en esta oleada un segundo impacto de bala el valeroso Ramos Izquierdo, que no le impidió dirigir la evacuación de sus hombres ante la crítica situación que a la una de la madrugada atravesaba el buque, pues a esa hora precisamente se encontraba hundido desde la proa hasta la cámara de los oficiales, quedando anegada el resto de la cubierta por unos 30 centímetros de agua.
Ramos Izquierdo mandó arriar el cuarto bote, que ocuparon el maestro carpintero Cristóbal Moreno, herido en la cadera, los marineros Diego Pacheco, Luis Escobedo, Antonio Carrillo, Antonio López Moreno, Francisco Coca, el practicante, el citado Guiñó, el mayordomo José Gómez Martín, cabo de cañón Francisco García Benedicto, gravemente herido, los marineros preferentes Santiago Aisina, José Núñez Pavón, Emilio Baqueira y el cocinero Miguel Amores.
Las balas caían como granizo alrededor del bote, recibiendo varios impactos sus ocupantes. De camino al Lauria, que maniobraba con gran riesgo para recoger a los supervivientes, se encontraron con el cabo de cañón José Luna García que, rendido por las fuerzas, intentaba llegar torpemente a nado al buque salvador.

A pesar de lo extrema de la situación también se produjeron algunas anécdotas; por ejemplo la protagonizada por el citado alférez de navio Quevedo, que llegó a nado al cañonero y que guardó en un calcetín un billete de mil pesetas de la caja del Concha que Ramos Izquierdo decidió que se repartiese entre los tripulantes para evitar que cayera en poder de las fuerzas hostiles. También algunos de los supervivientes que llevaban dinero en plata, tuvieron que deshacerse de su preciado lastre para poder nadar con facilidad y llegar a su destino.
A las dos de la madrugada sólo quedaban en el Concha el alférez de navio Ramos Izquierdo, imposibilitado para escapar, y algunos miembros de la dotación que no sabían nadar, siendo capturados por el enemigo que no sabía muy bien si ejecutarles al instante o pedir un rescate por ellos, aunque felizmente la codicia pudo más que la venganza.
Pasado poco tiempo aparecieron el cañonero Recalde y el crucero Reina Regente, que ya nada pudieron hacer.
Al poco se iniciaron los contactos conducentes a la liberación de los prisioneros, exi-giendo los cabileños la cantidad de 250.000 pesetas para hacer efectiva su liberación, extorsión ésta que no fue aceptada por nuestras autoridades, que por toda respuesta ordenaron al crucero Reina Regente y al Lauria bombardear la costa, destrozando con sus cañones los restos del Concha.
Al alferez de navio D. Rafael Ramos Izquierdo se le concede la Cruz Laureada de San Fernando, como responsable, tras la muerte de su comandante, de la heroica resistencia de su tripulación. Todos fueron valientes.
Foto 1. El General Concha con parte de su velamen. De la revista El Mundo Naval Ilustrado. Año 1.897.
Foto 2. D. Rafael Ramos Izquierdo, D. Emiliano Castaño Hernandez y D. Luis Felipe Lazaga, mandos del General Concha. De la revista La Vida Maritima. Año 1.913.
Foto 3. Encallado. Dibujo de Barta en la revista La Ilustración Española y Americana.
Foto 4. Postal del General Concha. Del libro Naufragios de la Armada Española…y otros Sucesos Maritimos Acaecidos Durante el Siglo XX.